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En 1804 Napoleón todavía es primer cónsul, pero ya sueña con establecer
un régimen imperial y dotarse de una nueva simbología, para lo que pide
consejo. Entre los diferentes animales que le proponen (elefante, león,
águila, gallo) se decide finalmente por las abejas, porque siguiendo la
afortunada fórmula de Cambacérès, ellas son la imagen de una república que
tiene un jefe, es decir, de la misma Francia. En el entorno del futuro
emperador se alude también a una idea antigua, muy cara a Virgilio y a los
Padres de la Iglesia, que ven en las abejas un modelo para la sociedad
humana. Pero la elección de las abejas también permite enlazar la nueva
dinastía a los merovingios, lo que tiene una razón arqueológica ya que en
1653 se había descubierto en Tournai la tumba de Childerico, padre de
Clodoveo, y entre los restos había numerosas joyas con la forma de un
insecto, que fue considerado por los eruditos como una abeja, supuesto
símbolo de soberanía, y nadie les había contradecido desde entonces. El
tesoro fue ofrecido a Luis XIV por el emperador Leopoldo, y desde inicios
del XVIII se conservaba en el Gabinete de Medallas y Antigüedades de la
Biblioteca Real. De las treinta piezas en forma de abeja, solamente dos
han llegado hasta nuestros días, pero los especialistas no se han puesto
de acuerdo en su significado, hablando de moscas, escarabajos o cigarras,
animal que para los pueblos de la estepa (y de ahí lo habrían tomado los
germanos) era un símbolo de inmortalidad. Algunos han visto incluso un
precedente de las flores de lis de los Capetos. Las abejas se convirtieron
en un símbolo del Nuevo Régimen, y en su elección, igual que en la del
águila, jugó un importante papel Dominique Vivant Denon (1747-1825),
director del Museo Central de Artes.
El simbolismo de la abeja es inseparable del de la miel y la cera, dos
productos vivientes que han jugado un papel considerable en las sociedades
antiguas. Su producción, que se remonta a la protohistoria, explica porqué
en numerosas culturas las abejas han sido asociadas a la idea de trabajo,
paciencia, coraje, inteligencia y organización. La miel añade las ideas de
dulzura, pureza y felicidad, y la cera, la memoria. Las abejas siempre
fueron bien consideradas, los autores grecolatinos valoran su sobriedad,
su ardor, su trabajo, su disciplina, su sentido del orden y del bien
común, y se oponen a la avispa, voraz, perezosa, inútil y ladrona. Los
Padres de la Iglesia las proponen como modelo a los monjes y comparan la
colmena con el monasterio, valorando además su castidad, ya que según
ellos solamente se acopla para procrear. La iconología del Renacimiento y
del Barroco añade un nuevo elemento, comparando la colmena a un reino
donde las abejas son los súbditos y el rey (no se pensaba por entonces que
se trataba de una reina) el soberano. Será esta dimensión regia la que
seduzca a Bonaparte.
Extractado de Michel Pastoureau, Les animaux célèbres, París,
Arléa, 2008, pp. 245-250.
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